Sigueeee giraaaandoooo…!-
Sigueeee giraaaandoooo…!-
Sigueeee giraaaandoooo…!-
Con los ojos desorbitados gritaba El, esa madrugada de domingo después del día de la primavera, que de casualidad había caído un sábado, haciendo explotar la Capital y el Gran Buenos Aires.
Ella, confundida por las drogas y el alcohol, y aturdida por el motor de la Honda Thunder que sin el silenciador sonaba como un Scania con acoplado cortando el aire por una ruta desolada. Miraba a su alrededor, con la esperanza de que no la viera ninguna de sus compañeras del Todo por Dos Pesos donde hacía unos días había empezado a laburar.
Los dos flameaban en una mezcla desproporcionada de exitación y algarabía a mas de 130 kilometros por hora.
Irala y California, la desidia de las cuadrillas de mantenimiento de la Intendencia habían dejado destapado un bache, que con el paso de la camionada del Puerto, se había convertido en un pozo o un cráter conocido por toda la gente del Barrio.
Le pregunté a la mañana siguiente a mi amigo Néstor, Bombero Voluntario de Vuelta de Rocha, por la sirena que escuché varias veces a la noche, si se había incendiado algo, con un inocultable agotamiento físico y mental, se esforzó por responderme con una mirada socarrona.
Dos pares de zapatillas quedaron desperdigados en la plaza.
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