jueves, 28 de julio de 2011

Los primerizos

En la cortada de Peláez, abajo del gastado y decolorado pasacalles que decia "Felices 15 añitos Mercedes", se juntaban los pibes, el polaquito, Fabián y el Matu, empezaban cuando los pajaritos trinan en la copa de los añosos plátanos que tiempo atrás habían plantados los vascos, los primeros en llegar e instalar ahí sus quintas. Desde entonces la zona había cambiado, ahora era un barrio, una barriada más, más allá del Riachuelo.


Hablaban con tono insolente hasta entrada la noche. Del fútbol, de tal profesora del Industrial, de las minitas que, entre precavidas y alagadas de una manera arrogante caminaban rápido por la vereda de enfrente susurrando sobre ellos con sus jeans ajustados, de donde se encontrarían el sábado a la noche a destilar su juvenil energía. Hablaban, gritaban, agitaban, largo y tendido. La vieja Elvira ya los había puesto en vereda varias veces, hasta había llamado a la policía alguna vez. Les chupaba un huevo.

“La calle es pública”- la increpaban a coro y seguían con lo suyo.

Se prendían uno, y en cada pitada, en cada beso, en cada seca, sellaban más su amistad, sellaban su destino.

Salvo en lo del Matu, que el viejo se ponía en pedo y repartía trompadas sin remordimientos. La figura paterna ya no estaba, o se había muerto, o se había ido con alguna paragua mas joven a vivir lejos. El viejo de Matu para los cánones del barrio podía decirse que era un “buen padre”, estaba, festejaba navidad con la familia y a las doce sacaba el 32 y lo vaciaba contra el paredón de la fábrica abandonada, culpándola de todas sus desgracias. Que en el fondo lo era.

Fue el rengo Narváez, que cada tanto caía, el que les paso el dato y les hizo la onda con Peloza para conseguir los fierros, dos .22 y una tumbera. Parece que la parejita de Veterinarios que se habían mudado hace un tiempo al lote baldío donde construyeron un moderno dúplex, habían cobrado una plata proveniente de la venta de la casa de la recientemente fallecida abuela de Natalia, la esposa. Y parece que la plata, en dólares, estaba guardada en algún mueble del living de la casa. Natalia no quería tener un perro guardián, por alguna clase de deformación profesional no aceptaba que los animales, y menos uno tan noble como el perro, fueran utilizados para resolver disputas de hombres.

Era una movida bastante simple. Entrar, apretar un poco, algunos culatazos y seguro que cantaban. Así lo entendían ellos, pese a que mas allá del cordobés que habían dejado inconsciente a la salida de “La Mulata” por tocarle el culo a la mina que el polaco se estaba chamuyando, eran buenos pibes. Descontrolados a veces. Pero no más que eso.

Narváez, en si era un tipo legal, les conseguía por poca plata lo que querían, andaba bien, tenía una buena moto mucho mas zarpada que las guerrerito de ellos, era un héroe. Confiaban en la data que les había pasado. Y, después de la repartija iban a estar en la gloria. De movida se iban a ir los tres al Abasto a comprar zapatillas y ropa de marca.

Así las cosas, vigilaron, uno por vez, los movimientos de la casa de los veterinarios. Estaban bien encaminados. Descubrieron que los viernes, Alberto y Natalia volvían del supermercado, descargaban todas las bolsas repletas de víveres y productos gourmet. Y entraban al dúplex. Un rato después Alberto salía y llevaba su Volkswagen hasta la cochera en que se había convertido el galpón de la hilandería fundida en el 2001. Siempre los viernes, el resto de la semana eran bastante irregulares, generalmente llegaba mas tarde Alberto porque algo tenía con la recepcionista del Laboratorio de Especialidades Veterinarias donde laburaba.

El viernes llegó, cuando la pareja termino de descargar todo. Aprovechando la tenue luminosidad de la tarde que se hacía noche. Fabián se acerco discretamente, y simulando acomodarse una media tajeo y desinfló uno de los neumáticos del Volkswagen.

Alberto salió un ratito después con pinta de haber discutido con Natalia, quizás porque según el habían gastado mucho en cosas que no necesitaban. Pero su rostro se transfiguró aún más cuando vio la goma baja.

Mientras forzaba los bulones de la rueda estaba por largar una puteada cuando lo sorprendió Matu, el mas grandote de los tres y lo metió en el dúplex tranquilizando a Alberto, pero a la vez tranquilizándose el. Fabián y el polaquito corrieron atrás.

Adentro revolearon todo, inútil era que Natalia intentara mediar con ellos, decirles que el dinero estaba en el banco, ofrecerles ir a buscar plata a un cajero. Culatazo, tras culatazo. Ella gritaba, y ellos le decían que se callara. Con otros culatazos, que la hacían gritar mas. Alberto entro en una crisis nerviosa y se hizo pis.

Manotearon el reproductor de DVD, la notebook, y la cartera de Natalia. Salieron, se montaron en las guerrerito, Matu en una, el polaquito y Fabián en la otra.

De la esquina salió el Viejo Bermúdez un retirado de la bonaerense con varios sumarios por apremios ilegales, que por el kilombo que había escuchado, intuitivamente llevó la 11-25. Con el odio y el resentimiento que le habían inculcado, sumado a su natural sadismo. Repartió tiros a mansalva. Incluso uno le pego a Natalia, dejando desfigurada a la morochita linda que siempre había sido y con la cual se había casado el meón Alberto. Menos mal que todavía estaba la recepcionista.

El polaquito y Fabián cayeron baleados estrellándose contra el frío y gris pavimento. El último en irse fue Fabian, que entre lagrimas veía a su amigo muerto y desangrado, con el cráneo destrozado contra el cordón de la vereda. Sus destinos estaban sellados.

Matú la secuencia la vio desde la esquina y nunca la borraría de su memoria.

Mientras huía sin rumbo, se le cruzo una de la camionetas de la brigada, que ya lo estaban buscando, probablemente incluso con la data del malcogido del rengo Narváez.

Esa noche lo molieron a palos, un poco los cobanis en el móvil, otro poco los otros presos que hacinados compartían la celda destinada a los menores.

Por lo menos llego al juzgado de menores sin que lo violaran.

Hace tiempo que esta en Melchor Romero, la vieja le lleva ropa, comida y cosas de higiene. El le pide plata para pagar la ranchada. El boga ya le explicó que la fecha para la audiencia con la jueza es incierta. La vieja no da mas, la poca plata que tiene la hace con changas cociendo y limpiando en la casa de una pareja de arquitectos gay que se mudaron hace poco al barrio remodelando un antiguo PH, además su marido y sostén de familia se fue a vivir a una pensión en Constitución.

El barrio sigue igual, el Viejo Bermúdez terminó procesado por daños graves y por exceso en el uso de la defensa, el rengo Narváez ahora vende rifas de la cooperadora policial.

Bajó un albirojo pasacalles que reza "Gracias San Expedito por el Favor Concedido", cinco pibes se juntan en la cortada de Peláez, cada tanto se prenden uno. Sellando, con cada beso, con cada seca, con cada pitada, su destino.

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