domingo, 6 de febrero de 2011

Pájaro mojado

A la distancia la primera impresión que tuve del flaco fue que era uno, otro más, de esos que quedaron en el camino, que viven de y en la calle. A la distancia perseguía a una parejita que se sacaban fotos frívolamente. Yo, frívolamente porque no, aprovechaba los últimos rayos de sol de esa tarde de febrero. Y a la distancia mientras presenciaba y apreciaba la secuencia pensaba, "ahora los pone y les zarpa la cámara, el celular, cualquier cosa por un par de dosis de paco..."


Mientras me acomodaba en el banco de la plaza no me percaté que en cuestión de un segundo estaba a pocos metros de mí. Casi invadiendo mi espacio personal. Olía pésimo. Olía a mendigo. "Olía a mendigo", conozco personas, probablemente yo mismo, que huelen bien o al menos normal, que estoy seguro que también viven de la mendicidad, pero no quisiera perder el hilo.

Era un hombre-niño de unos veintitantos pero menos de treinta seguro, con barba tupida del mismo tono que su cabellera castaña, no parecía una amenaza a esta nueva distancia. Quería un cigarrillo. Supongo que mentalmente debo de haberme trazado el argumento de que ya que todavía faltaba una media hora para entrar a laburar podía permitirme cruzar algunas palabras con este bicho raro, de pullover de lana en un febrero de 38 grados de sensación térmica. Cigarrillo de por medio, me sorprendió el hecho de que no era de acá, era más bien "de allá", hablaba fluctuando de manera complicada entre el español, el portugués y el inglés. Resultó ser sueco. Desde la adolescencia, previo haberse rajado a Noruega había recalado por varios lugares de Sudamérica, Colombia, Paraguay, Brasil, Uruguay, y finalmente terminó acá. Había vendido todo su equipaje, computadora, etcétera, en Montevideo por algo así como seis gambas. Y así, con lo puesto había cruzado el río. Flaquísimo como un pájaro con sus alas tan mojadas que no puede volar, casi me inspiraba lastima, y digo casi porque mantenía una actitud que conjugaba perfectamente orgullo personal, determinación frente a la adversidad y optimismo. Realmente no exagero con esto del optimismo. Basta darse una idea con el hecho de que pretendía, así, pidiendo, sobrevivir acá en esta ciudad infestada de codicia e hipocresía, en este "Museo de grandes novedades". Pragmáticamente hablando el problema de este pibe no era "tan" complejo. Se le habían agotado los recursos en Uruguay y lejos de volverse, concibió, en esa racionalidad lisérgica que solo entienden los que pasamos más tiempo en veredas y plazas metropolitanas que en nuestros aposentos, la idea de seguir hasta acá. Recién ahora esperaba que un amigo le girara mil dólares desde su Patria. Mientras, seguiría orgullosamente escuálido y maloliente. Le sugerí que pidiera ayuda en el consulado o en la congregación evangélica sueca que queda en Barracas, por ahí atrás del Parque Lezama. Orgullosamente escuálido. No quería ayuda de nadie. Contaba con la seguridad de que su amigo sueco le girara mil dólares. Según él, esa suma en Suecia no representaba mucho dinero. Anecdóticamente le expliqué que aquí las cosas son diferentes. Anecdóticamente me comento de algunas calamidades que había cometido en Rio de Janeiro, y que tenía la visa expirada, por lo que volver a entrar a Brasil le implicaría ochocientos reales. Monto que estaba interesado en pagar, con el objetivo de que desde algún puerto carioca pudiera embarcarse rumbo a sus gélidas y lejanas tierras escandinavas. Yo cuando me explicaba lo del barco me decía a mí mismo "este está en pedo...", pero parecía hablar seriamente así que no puedo dar fe de ello.
Era "de allá", era de todas partes y de ningún lado. Un alma libre como se dice.