martes, 26 de julio de 2011

Tres cucharadas de café instantáneo.

Es la droga…! Es la droga…! Es la droga…! Es la drogaaaaa….!!!- Sonaba de fondo la cumbia villera en la barriada del sur del conurbano.

Lautaro comenzó el día a media mañana con la rara sensación de que ese día depararía algo mas de lo que prometía su agenda cotidiana.

Con el ánimo habitual redistribuyo algunas cosas en su pocilga. Bebió un té semi-amargo mientras leía titulares y mails.

Supongo que el haberse bebido unas copas solitarias de malbec para endulzar una madrugada gélida, inconscientemente lo inclinaron a tomar medio Focusplex y algo de Soma. Con cierto desgano salió a la calle donde cruzo una mirada con su inquietante vecina que paseaba un can vestido con un ridículo pero funcional atuendo en esa tenuemente soleada y ventosa mañana de invierno.

Tediosos trámites burocráticos lo esperaban en el Microcentro, donde una constelación aleatoria de multitudes de diversas tendencias, filosofías, creencias e ideologías, sistemática y discrecionalmente se encargarían de testear su buena voluntad, su paciencia y llevarían al límite sus fobias sociales.

Por detrás, mientras viajaba escuchaba:

-El rol mi querido amigo, del Oficial de Doctrina no es facíl, es asegurarse como van a responder los de adentro, los de afuera, y lo mas importante…los de arriba.-

Se cambió de lugar y se resigno a escuchar como dos quisiera-ser-gangster coordinaban telefónicamente un “trabajo”.

Exhausto, comenzó a prestar atención a lo que una joven estudiante leía con devoción a su lado, “básicamente, las computadoras van a desarrollar conciencia en el 2029, esta llamada Teoría de la Singularidad, pretende reflejar que el ser humano trascendería de la biología, y que este proceso se desarrollaría de una manera sorprendentemente rápido en la siguientes décadas”. Extrapolando formalismos vacíos, intuía cataclismos, con la consecuente pérdida de habilidades, relaciones, moral y sentido en su mas literal significado. Conceptos que a fin de cuenta, le dan forma a la naturaleza humana, al menos en sociedad. Lo mas difícil sería reprogramar la bioquímica de cada individuo en función de los dictámenes de la tecnología, que curiosamente abarataría cada aspecto de un cada vez mas multifacético y multidimensional ejido social, menos el relacionado con el cuidado de la salud y ni que hablar de cuando estas nuevas conciencias tecnológicas demandaran derechos y privilegios. La imagen de King Kong en la cima del Empire State parecía una solemne y postindustrial advertencia.

-Que importa…? Entonces estaré, muerto o jubilado.- Murmuró con calma.

Al bajar del bus, con una oculta sed de sosiego se introdujo por el túnel hippie que une la Avenida de Mayo con Rivadavia, no obstante al salir del paseo concibió la idea de que sus minutos anteriores no habían sido otra cosa que mas de lo mismo.

Se detuvo brevemente en la Antigua Farmacia Suiza donde compro pastillas de valeriana, no tenía pensado dejarse dominar por la ansiedad aunque tuviera que recurrir a medios farmacológicos para fines terapéuticos…o recreativos. O ambos.

Mentalmente lo justificó con el hecho de que en el trabajo se sentía como los esclavos que se dedican a pisar hojas de coca en el noroeste, pese a la dudosamente perjudicial comodidad de su oficina.

Entró a la sucursal, su morral fue revisado superficialmente por el personal de seguridad contratado. No obstante su carga era bastante mayor de lo que una simple mirada podría haber detectado.

Le dieron un numero y le indicaron donde esperar. Mientras yacía hipnotizado observando las guardas geométricas propias de una mezquita o un palacete renacentista una de las empleadas lo llamó, incorrectamente menciono su apellido, no obstante se había acostumbrado a las confusiones. Para mal o para bien.

Los documentos que acreditaban su nombre estaban deteriorados por el tiempo y eso demoró un poco el supuestamente breve trámite que pensaba realizar. Pero también internamente lo enfrentó a un debate sobre su propia identidad. Sin embargo la empleada mientras actualizaba formularios y datos, le ofrecía incansablemente un paquete de servicios adicionales con un importante costo, una cuestión totalmente irónica si se la introducía al debate que Lautaro mantenía sobre su identidad. Una conclusión apurada y poco meditada sería que no importaba quien era en realidad, en tanto y en cuanto pudiera adquirir y consumir bienes y servicios.

Una banda que fusionaba jazz con reggae con algunos ritmos latinos lo sorprendió al salir, un joven grupo de bohemios que intercambiaban su tiempo y talento por algunas monedas y la oferta de sus discos. Minutos después se distrajo, con alguna que otra minifalda, a continuación el semáforo de Diagonal Norte lo impulso inercialmente a cruzar la avenida y a caminar en dirección de la Plaza de Mayo, la que cruzó diagonalmente con la sensación de conocer a todos, cortesanos del siglo XXI. Incluso reconoció a un antiguo y respetado suboficial de cuando estaba convocado por un ideal, no lo saludó, respetando esa regla tácita de que el tiempo diluye fácilmente los vínculos humanos superficiales, eventuales y forzados. No tardaría mucho tiempo en interesarse por unas telas que un vendedor callejero ofrecía de manera irregular literalmente frente a la Casa Rosada, toda una metáfora de nuestra supuestamente institucional, post-moderna y globalizada forma de administración social.

Simplemente continuó su andar hasta los módulos de entrega de bicicletas organizado por la potencia conservadora de turno, un proyecto que buscaba, recurriendo a los elementos más básicos, optimizar el rendimiento de la tecnocracia. De una manera agradable y simpática a los sectores progresistas. Musitaba “Mejor en bici”, mientras tomaba la destartalada 182.

Tomó la dirección correcta, la dirección a la Reserva Ecológica, le quedaban algunas horas todavía, y presentía o percibía que podía darse el lujo de desperdiciarlas.



En un lugar solitario, privilegiado, y seductoramente peligroso, con una vista privilegiada al humedal. Encendió medio cannabis, del que fumó la mitad. Comenzó a relajarse, a meditar y a realizar algunos movimientos de la técnica Feldenkrais, volvió a levantar la vista sobre la inmensidad verde y amarilla de ese solar empantanado. Buscaba el equilibrio.

Pronto el encanto del espacio encontrado se convertiría en un objeto de deseo por los curiosos vernáculos que merodeaban, alrededor de una supuesta esmeralda sin dueño. Por tanto, y ante la sospecha y la vaga claridad de sus intenciones. Comenzó prepararse para continuar su andar.

Su sensación de paranoia se vio cebada por el percance de que la cadena de su bicicleta se desprendió primero de su engranaje mayor y luego del menor. El zumbido constante que escuchaba, casi como una presencia maligna surgida de quien sabe que catacumba abandonada no ayudaba demasiado.

Pudo iniciar su marcha, tras su paso quedaban en su camino siniestras alucinaciones y criaturas humanas, animales y fantásticas, mientras avanzaba por el sendero al río.

El sol iluminaba su rostro de frente con una calidez inusual ese invierno de Julio.

Con la lengua seca, mascullaba el hecho de que los escritores escriben para colocarse de alguna manera en algún mapa de tierras imaginarias.

Con el vehículo proporcionado por una potencia de derecha que estaba en notorio enfrentamiento con sus actividades, creencias y valores, pero que sin embargo lo cuidaba como una madre amorosa que en el fondo odia al fruto de sus entrañas, recorría el terreno con esfuerzo.

Finalmente llegó hasta la playa, o la playa llegó hasta El, luego de que volcara por un terraplén de relativa altura. Algunos golpes lo hirieron mas en su orgullo que de otra forma, avergonzado, se reincorporó. Escudriño con su mirada un lugar cómodo donde instalarse, y comenzar a escribir sobre el camino recorrido. Inevitablemente concluyendo que un largo camino quedaba por recorrer. Mientras musitaba “Jhonny was a good man”, sazonado por el sabor amargo del tabaco calcinándose lentamente en sus pulmones.

Había comenzado como un cuento, un relato mas, pero amenazaba con convertirse en una novela, o al menos en la discreción del privilegio del anonimato o la póstuma locura de una casualidad genética traumatizada por lo cotidiano, que se escribía de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Todo ello desde la infantil simplicidad de un cuadernito Gloria.

Se sumergía lentamente en lo mas tenebroso de su naturaleza oculta. Sus dudas, miedos, frustraciones y, a la vez, sus sueños y proyectos, en fin su concepción del xenit de la felicidad.

Continuaron días de excesos de todo tipo que manifestarían lo peor de su ser en una entidad extracorpórea, como en un ritual del altiplano guiado y presidido por un gurú inca o al menos un expatriado global. Literalmente todo tipo de excesos.

En este escenario escapaba del acoso de la publicidad electoral que resonaba a su alrededor aun cuando intentaba silenciarla con alguna melodía.

Murió mientras destapaba un Jack Daniels, ahogado en su propio vomito, inconsciente, como si maratónicamente intentase escapar de la realidad, como en una cronología de una sobredosis anunciada.

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