miércoles, 4 de agosto de 2010

Dancing with the wet

Joseph Jawangue recibió con sorpresa su designación como guardián del Fuerte Resignación, una posta un tanto alejada del Río Huela. Aceptó la propuesta tal y como era su costumbre, aceptar las cosas, sin someterlas a debates innecesarios de conciencia.


Los Sandies, unas criaturas mitad wanatu y mitad hoja de parra, se ocultaban a su manera, dando a entender que en realidad estaban presentes. No había mucho que hacer, el deterioro era palpable.

Los desafíos se concentraban en diversos aspectos, lo inhóspito de la naturaleza, el clima, y los peligrosos Sandies no asimilados, estos últimos, necesaria e inevitablemente imprevisibles. En un nivel mas personal Jawangue debería conservarse a si mismo, sus creencias y sus tradiciones parecían ser su capital mas preciado...además del Fuerte. Resignación era la misión en última instancia. Y esta debía ser cumplida.

Por las noches soplaba con rabia un gélido viento silencioso. Su piel, trémula parecía agradecer al equipo con el cual contaba y su espíritu insoslayable parecía recordar por instinto las campañas anteriores. Eran los momentos en que utilizaba la Tele-ventana para sosegarse en un entretenimiento ecléctico, la observación y escucha de los sonidos e imágenes del otro tiempo.

La duración de los días se percibía de una manera sorprendentemente corta, lo que alcanzaba a cubrir los menesteres mínimos. O al menos a mantener una minuciosa planificación de los pendientes. El tiempo era un recurso tan preciado como el calor o el alimento que evitarían su natural expiración, dejando a su suerte al Fuerte Resignación sin otro motivo, sin otra razón de ser.

Sin embargo el tipo, por alguna razón, probablemente de raíz psíquica, iba desarrollando algo así como un sentimiento de pertenencia, salpicado por la critica diaria que hacía a los Sandíes y sus prácticas incestuosas cuando los divisaba desde la seguridad de la distancia. Fuerte Resignación parecía volverse minuto a minuto, su lugar en el plano. Ese mundo sobreviviente de la catástrofe catártica de la diaria vulgaridad, donde la devastación era un vaho permanente que impregnaba cada latido del alma.

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