miércoles, 4 de julio de 2012

Prosperidad

Cruzaban una rama bastante ancha entre dos árboles, quedaba como un arco de futbol. Incluso le decían “el arquito”. De los árboles de los costados las ataban de las manos y el pelo lo ataban al lado transversal del “arquito”, al travesaño digamos.
Hombres y mujeres de la Colonia “El Acalambrado”, se turnaban para violarlas, flagelarlas, escupirlas y golpearlas, sometiéndolas a tormentos de tinte medieval.
El rito se desarrollaba todo el año, sin un calendario especifico, podían ser una por año o diez por año. A las chinitas las traían de Chaco, Paraguay y hasta alguna brasilerita que cruzaban por Uruguayana, poh, como se ensañaban con las brasileras.
Chamorro Guzmán, el dueño del almacén de ramos generales, prácticamente coordinaba todo. Y del rito participaba toda la Colonia. Vaya a saber desde cuando se llevaba a cabo esta barbaridad, mezcla de paganismo con sádico resentimiento. La cosa es que creer o reventar, funcionaba, la cosa funcionaba. La cosecha, nunca una sequía. Los negocios de Chamorro Guzmán siempre viento en popa. Y una secreta prosperidad que al resto lo mantenía, digamos, feliz.
Fue uno de los Chamorro Guzmán, que nació medio revirado, el que deliberadamente puso punto final al rito. E inadvertidamente a la prosperidad de la Colonia. Que digo, le puso fin a la Colonia.
Un día se rajó para la capital, para contarle todo al Juez. No confiaba en las autoridades locales. También recibían su parte de lo que dejaba el rito y la prosperidad de la Colonia. De hecho se encargaban de traer, guardar y vigilar a las chinitas. Pero al Primito Chamorro Guzmán por confianza, por apellido o vaya usté a saber porqué, lo tenían bien.
La verdá es que al Primito, esta historia de botonearlos se le vino a la mente por la misma razón que el rito se llevaba a cabo. Por codicia. Pensaba, “si a estos los vuelan, yo me quedo con todo, el almacén, las tierras, los animales. Puh! Me quedo con todo”.
El juez al principio no creía nada. Pero para quedar bien con unos periodistas medio gringos que habían llegado de lejos, mandó una partida de milicos.
Los milicos se persignaban, lloraban y vomitaban cuando vieron, el arquito, y entre los excrementos de los chanchos, unos huesos flaquitos, bien de chinita.
Toda la colonia marchó por la plaza de la capital. En calidad de “aprehendidos”. Al final, entre acusaciones mutuas, confesaron todos. Toda la colonia quedó dispersa en diferentes penales. Donde o murieron de viejos, o los apuñalo algún preso que se enteraba de lo que habían hecho, de boca de algún guardia o de otro condenado compañero de pabellón.
Me acuerdo que cuando le leyeron la sentencia Don Chamorro Guzmán dijo, resignado, “si haces un pacto con el diablo, mejor que no se entere nadie”.
Del Primito, que le voy a contar, se volvió para la Colonia, no había lugar para él en la Capital. Además estaban los negocios.
De los negocios, en resumidas cuentas, por años duró la sequía. La despensa quebró por falta de clientes. Nadie quería irse a vivir a la Colonia. No tenía sentido. No paraban ni las postas de gauchos peregrinando para ver a la Virgen, aunque la Virgen quizás había quedado en la Colonia “El Acalambrado”.

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