lunes, 5 de septiembre de 2011

Piccadilly Circus en llamas.

Lockerby, permaneció sentado, mientras entre la bruma londinense por la izquierda de la calle principal avanzaba el carnaval de la realeza. El rey de rostro pálido y enfermo, la reina con expresión avergonzada, el carruaje tirado por dos enclenques y ancianos corceles. Tras su paso, el resto de la corte. De diferentes razas, con diferentes atuendos, ejecutando sonidos con sus instrumentos, dibujando figuras con cintas de colores gastados, en sus miradas era inevitable percibir que no encontraban relevancia a su tarea, sin embargo la realizaban con la mayor contracción posible, seguramente porque de ello dependería su modesta subsistencia. De la protección y seguridad se encargaban unos guardias harapientos, con expresión feroz. Todos ellos eran seguidos por unos perros con el lomo marcado por el costillar.


Toda esta procesión semejaba bastante a un Rembrandt, donde lo barroco se convertía más que en un periodo de tiempo, en un fétido aroma.

Esa mañana de 2011, Lockerby decidió continuar con su desayuno, tan descreído del carnaval que avanzaba tras su ventana como de si mismo.

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